Llegó a la Argentina a sus 23 años y falleció a los 66 en la localidad de Dolores. La historia de un hombre clave para la sociedad contemporánea.
Nacido en la isla de Hvar, conocida como Lesina en italiano, hoy Croacia y en ese momento parte del Imperio Austríaco, el 20 de julio de 1858, y fallecido a los 66 años en Dolores, Provincia de Buenos Aires, Argentina, el 25 de enero de 1925, 99 años atrás, Iván Vucetic, castellanizado como Juan Vucetich Kovacevich, fue un hombre clave para la sociedad contemporánea al diseñar el moderno sistema de identificación de personas por vía de las huellas dactilares.
De profesión antropólogo, llegó a la Argentina a los 23 años de edad en 1882. En 1888, ya habiendo obtenido la ciudadanía argentina, ingresó como empleado de contaduría en el Departamento Central de la Policía de la Provincia de Buenos Aires en la ciudad de La Plata.
Rápidamente desarrolló una importante carrera que luego de un año y medio como contable, calificado como “meritorio”, pasó a ser el jefe de la Oficina de Estadísticas, lugar desde el cual fue el creador de la Oficina de Identificación Antropométrica y más tarde del Centro de Dactiloscopia, en el que se desempeñara como director.
La prueba
En 1892 Quequén se vio conmocionado con el horrible crimen de Felisa y Ponciano, dos criaturas de 4 y 6 años que habían sido degollados. Su mamá Francisca Rojas tenía una herida superficial en su cuello y se había empecinado en acusar a un hombre quien juró su inocencia aún cuando fue violentamente interrogado por la policía. Fue el comisario inspector Eduardo Alvarez quien cortó dos pedazos de una puerta que tenía manchas de sangre y se las envió a Vucetich. Este, aplicando su método, comprobó la culpabilidad de la mujer, quien finalmente confesó que prefirió matar a sus hijos antes que entregárselos a su marido, de quien estaba separada.
Mientras tanto, Vucetich trabajaba sin parar. Tomaba muestras de los presos y cuando obtuvo algo más de 3600 registros, la policía terminó adoptando su método en 1894.
Para 1903 ya se disponían de 600 mil fichas y desde comienzos del siglo veinte las huellas dactilares comenzaron a aparecer en los documentos personales. Y con el servicio militar obligatorio, cada hombre que se incorporaba se le tomaba el registro correspondiente.
La fama que tuvo en el país no tiene comparación con la que se había hecho en el exterior, donde alababan la exactitud de su método. Estuvo en Europa, Asia y Estados Unidos en una larga recorrida, costeada de su bolsillo, para hacer demostraciones de sus investigaciones. Hasta el fisco lo aplicó en el Congo Belga, donde sus habitantes hacían lo imposible por no pagar impuestos: cambiaban de nombre y hasta adoptaban la identidad de otro. El método de Vucetich fue útil para subir la recaudación.
Lamentablemente, el Registro General de Identificación de Personas que había fundado el 20 de julio de 1916 duró poco. Al año siguiente lo cerraron, excusándose en la falta de presupuesto. Pero lo cierto es que “la identificación es de suyo chocante, porque repugna al espíritu de libertad, pues es el espionaje a las personas llevado a su grado máximo”, según justificó el interventor bonaerense José Luis Cantilo. Y se cometió la peor barbaridad: el mismo gobierno mandó destruir el archivo de fichas dactiloscópicas.
Desanimado, se fue a vivir a Dolores, a la casa de su suegro Pedro Flores. Sus años de investigaciones junto a documentos, objetos y libros los donó a la Universidad Nacional de La Plata. Tenía 66 años cuando murió de cáncer y tuberculosis. “La decepción que amargó los últimos años de su vida a causa de la campaña insidiosa de la que fue víctima”, alguien escribió.
La familia rechazó el ofrecimiento de la policía de velarlo en la comisaría. Fue en la misma casa, en Pellegrini y Alem.