– Columna del P. Maxi Turri –
Los cristianos basamos nuestras afirmaciones de tres fuentes. Fuentes que nos permiten afirmar las verdades y costumbres que buscamos mantener y comunicar. La primera es la Sagrada Escritura. La segunda es la tradición de la Iglesia. Y la tercera es la enseñanza Papal.
Cada una se interrelaciona y da sentido a la otra. No pueden contradecirse y por lo tanto no pueden decir o afirmar cada una lo que le parezca. El sentido escrito no puede ser tomado como absoluto o literal. Ya hemos hablado en otro encuentro sobre este tema, ya que si no tendríamos que tomar como único criterio lo que está escrito. Por otro lado, la tradición es decir las costumbres, que han sido trasmitidas de generación en generación han ido buscando dar respuestas a las contingencias de cada tiempo. Teniendo siempre como fundamento la misma escritura como fuente. Por lo tanto ver cómo los cristianos del pasado han ido resolviendo el presente que enfrentaban es una manera de nosotros también buscar soluciones a lo que a nosotros nos toca asumir. A cada tiempo, una respuesta que buscó una solución adecuada. Eso siempre a la luz de la interpretación según la Sagrada Escritura.
Y por último, las enseñanzas de los Papas. O el así llamado, magisterio pontificio. Que, guiado por la Escritura y por la tradición, han ido aplicando esas dos fuentes a la vida de los cristianos de todos los tiempos. Basta leer las enseñanzas de los Papas a lo largo de la historia para comprender a qué desafíos o qué soluciones fue encontrando la iglesia buscando ser fieles al evangelio.
Toda esta introducción para hacer referencia a una dimensión que ha sido tenida en cuenta por las tres fuentes citadas. Hablo de la condición de la pobreza. Tanto en la escritura, en la tradición como en la enseñanza Papal. Y solo desde ahí buscar caminos de respuesta a esa demanda que nos urge y que nos cuestiona tanto.
Desde los comienzos del cristianismo el contexto en el cuál se expandió la Buena Noticia fue en los sectores populares y marginales. Solo con el
paso del tiempo se llegó a los palacios o a los espacios de dinero y de poder. Eso significó que convivir con la carencia o las limitaciones fue lo más normal. Ya el pueblo judío, del que somos herederos por el antiguo Testamento enseñaba que la pobreza es algo no deseable, consecuencia de la pereza y la falta de voluntad de salir de esa situación o el lugar de la injusticia social. Los salmos van a desarrollar esa idea, donde muestran que la pobreza nunca es querida por Dios. Ya que Él dispuso de los bienes para el alcance de todos. Esa es la enseñanza más profunda que desarrolla toda la Escritura.
La tradición deja en claro que la preocupación por los indigentes y las viudas fue una de las primeras reacciones que tuvieron aquellos cristianos ante la necesidad que los rodeaba. En todos los tiempos la iglesia ha sabido ir respondiendo con obras de caridad ante las necesidades. Hay que decir que siempre fue de vanguardia en la reacción. Desde los hospitales, guardería y en el marco de la educación, siempre hubo cristianos dando una solución ante la pobreza y la necesidad.
Del lado de los Papas, se destaca Juan XXIII como el que abre la dimensión de la pobreza como tema constante en el magisterio. En el año 1962 es marcada la declaración que hace. Dice así: “la iglesia se presenta como es y quiere ser, como la iglesia de todos, y particularmente la iglesia de los pobres”. Es esta la enseñanza que recorrerán los Papas sucesivos hasta llegar sin duda a Francisco. La opción por los pobres es parte esencial del mensaje del evangelio. Sigue siendo una denuncia, ya que mientras existan es porque está instalada la injusticia. Considerando a los pobres como sujetos y actores de su vida y no solo como meros beneficiarios. Y aprendiendo de ellos, que al no tener la seguridad material, son mucho más abiertos a la confianza en Dios. Escuchando de ese modo a los últimos para alcanzar la dimensión humana de la que tantos sacerdotes sobre todo se han olvidado.
Este simple desarrollo ojalá sirva para traer a la reflexión la realidad que nos toca afrontar como argentinos. Sigue siendo un escándalo la condición de tantos compatriotas nuestros que no acceden a lo básico para vivir. ¿Cuántos de nosotros gastamos en una cena lo que para una
familia es el costo básico de un mes? ¿Cuánto de nuestra sociedad de consumo nos ha hecho olvidar las penurias que pasan tantos de nuestros vecinos?
El dinero no es condenado por la Escritura ni por la tradición ni mucho menos por las enseñanzas Papales. El único problema del dinero, unido al poder, es que donde más se acumula más se olvida a Dios. Llegando así a la perdición de la propia vida y al desprecio de los marginados.
Dios nos libre de vivir así.
¡Hasta la próxima!
En el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.
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