Enclavada en el centro de Santo Domingo, en el partido de Maipú, en la provincia de Buenos Aires, una casona, que ocupa una manzana de terreno a una cuadra de la plaza central, la que conocí como un terreno cercado por gruesas cadenas y un molinete en cada esquina para el ingreso de la gente y no de los animales sueltos, en el frente noreste, en el medio estaban los escombros de una hermoso templo católico derrumbado por el tornado de 1939, hoy, allí está la capilla bien cuidada.
La edificación de la casa de mis abuelos es del año 1910, de los albores de la creación de la Colonia de Santo Domingo, estación del mismo nombre del Ramal vía Juancho del antiguo Ferrocarril del Sud desde General Guido a Pinamar y a Mar del Plata. El pueblo fue fundado por la señora Doña Magdalena Elía de Escurra, descendiente de Don Francisco Ramos Mejía, uno de los primeros pobladores de la región del viejo Monsalvo, como Díaz, Lastra, Acosta, Lamadrid, Suárez, González, entre otros.
Los dueños venden la propiedad y por la década de 1950 es comprada por mi abuelo, Don Irineo Adolfo Suárez Luna Montes de Oca, del pago de la
Magdalena, venido en la década del veinte al partido de General Lavalle y luego a la zona de Santo Domingo, estancia las Chilcas de Matienzo, arrendada por la familia Pueyrredón.
Estaba casado con Doña María Ceferina Rodríguez Llanos y Galloso, también del pago de la Magdalena, de donde ambos fueron herederos de sus ancestros, pobladores de tierras en ese lugar de familias centenarias en América y luego Argentina dada la emancipación del
Reino de España en 1810.
Esa vieja casona estilo inglés, guarda un montón de recuerdos para toda la familia Suárez Rodríguez en estos setenta años ya transcurridos en manos familiares. Es un cofre de vivencias, en particular para mí, pues compartí con mis abuelos hasta que fallecieron, además de haber vivido cuando me casé y era maestro en la escuela N° 7, provincial de ese lugar; mi abuelo muere allí y fue velado en ella, en la habitación de entrada y luego sepultado aquí en Dolores acompañado de familiares y amigos, en autos. Todos los
nietos compartíamos sus cumpleaños, muy concurridos con la familia de los hijos, nueve, y un montón de nietos, además de algunas viejas amistades de la casa.
Quien puede olvidar las vivencias de su vida, esa casa grande con dos inmensas habitaciones, una a la entrada con una estufa a leña de diseño de antaño, daba a la cocina forrada en madera, no muy grande, que luego cambió la familia por una grande, y el espacio se transformó en un dormitorio, seguía un comedor, daba a la cocina nueva y contiguo otra habitación dormitorio tan grande como la primera, calculo de cuatro por ocho metros, también un baño cómodo con agua de bomba elevadora manual, recordemos su
nacimiento y más alejada, al este de la casa, a unos 20 metros, la letrina de uso externo, y al sureste, el galpón que luego se transforma en garaje en donde tenía mi auto. Todo tenía techos de chapas de cinc.
Toda la manzana estaba alambrada y a un metro de él, arbolado de eucaliptus, que hoy también tienen más de cien años, con una poda, ya en el interior, una piedra muy pesada casi al medio del terreno como vigilante, en la zona de entrada por el oeste unos aromos, que para esta época están con ramilletes color oro.
Allá, un plátano, algunos manzanos, unos perales cerca de la casa y del lado sur, la bomba de agua frente a la cocina, y al lado un hermoso
mandarino, delicia para el invierno. De cada lado de la entrada a la casa, dos casuarinas chillonas cuando hay viento, más adentro, una palmera de palma de cada lado, hacia el Este, como reparo del viento, un cordón de ligustros, que han desaparecido como otros tantos ejemplares, estaba del lado sureste para reparo en forma de ele que llegaba hasta el lado Este del galpón.
Recuerdo que a la salida de la cocina nueva estaba la bomba manual para el uso de la casa, también estaba del otro lado, al Este, el tanque para el agua llovida cerca del galpón, para el mate de mi abuela, que fue casi centenaria con su matecito cebado por ella y el agua de lluvia.
También del lado noroeste algunas de las falsas acacias blancas y otras yerbas, me acuerdo que en el patio, frente a la cocina del lado contrario a la bomba, un gran paraíso, le gustaba a mi abuela, como la planta de farolitos rojos, que tanto cuidaba como sus flores, todas las mañana recorría, cortando algunas para los santos de su capillita, y
regando otras, bajo el paraíso tomábamos mates en verano.
Allí corretearon mis cuatro hijos mayores, por entre los canteros delimitados de pasto inglés color verde oscuro, para resguardar las plantas de rosas y otras flores, había uno redondo en el centro de los otros, pues la casa tenía vereda de ladrillos toda la vuelta, menos parte del lado sur.
Para la entrada desde la calle Gachistegui, tenía una tranquera de madera tipo campo, de madera con hierros, y al lado un espacio con un hermoso molinete, que nos era más práctico para entrar.
Un lugar en el mundo, para recordar, pueblo tranquilísimo, pequeño, una familia prácticamente, sus pobladores, y en el verano había algunas casas en donde venía gente desde Buenos Aires y también se poblaban de familias las estancias del lugar, casi siempre con sus dueños y amistades.
Por parte de la familia Casielles hemos estado desde la fundación con el primer almacén de ramos generales, Quintana y Casielles, y como lo indica la crónica de 1915, en donde se hacía un agasajo para el 25 de Mayo. Diario La Voz del 29 de mayo 1915, “Fiesta Patria en Santo Domingo, se realizó en escuela N° 82 (sistema Laínez) de Santo Domingo, al finalizar la misma, la directora Sra. Margarita Z. de Amadete, agasajó con un lunch a las familias concurrentes entre las que se encontraban las de Casielles, Gachistegui, Cabrerizo, Guilloni, Aranciaga, Suárez, Giorgi, López, Amado, Maspodoni, Larrieri, y otras.”
Hoy en Santo Domingo, ya centenario como la casa de mis abuelos, habiendo tenido más de un millar de habitantes en el pueblo y sus quintas, a la fecha dan menos de cien, la desaparición del ferrocarril fue una de las causas, como la falta de trabajo fijo, que le vamos hacer, el progreso hace y deshace en el transcurso del tiempo.
Noé Zenón Suárez Casielles-2020.
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