“Seguir viviendo no significa dejar de amarte”
“Seguir viviendo no significa dejar de amarte”
Hay voces que nacen con una madurez que asombra, y hoy tenemos el placer de presentarles a una de ellas. Victoria Mia Forio, una joven dolorense de apenas 16 años, comienza a dar sus primeros pasos en el mundo de las letras. Lo hace, con la profundidad de quien observa la vida con ojos atentos y corazón sensible. Este texto es su carta de presentación.
Si un día mueres, el mundo no se detendrá. No habrá un silencio absoluto ni una pausa cósmica que anuncie tu ausencia. El sol saldrá como siempre, con la misma puntualidad indiferente, y la gente seguirá despertando con el sonido de las alarmas, con el peso de sus preocupaciones y la prisa de llegar a algún lugar. La vida continuará, no porque te haya olvidado, sino porque nunca supo detenerse por completo por nadie.
Tu muerte será, al principio, una noticia. Un mensaje, una llamada, un rumor que se expande con torpeza. Habrá quienes no lo crean, quienes pregunten “¿es verdad?” como si la verdad pudiera cambiar con solo pronunciarla en voz alta. Otros se quedarán en silencio, mirando un punto fijo, intentando entender cómo alguien que existía ayer hoy ya no está. Durante unas horas, tal vez días, tu ausencia será el centro de algunos pensamientos. Pero incluso ese centro se moverá con el tiempo.
Alguien llorará por ti. Quizás más de una persona. Habrá lágrimas sinceras, profundas, desgarradoras. Llantos que nacen del amor, de la costumbre, de los recuerdos compartidos. Alguien sentirá un vacío físico en el pecho, una presión difícil de explicar, como si le hubieran arrancado algo invisible pero vital. Para esa persona, la vida parecerá momentáneamente imposible de continuar. Y sin embargo, continuará.
En tu habitación, si la tienes, todo quedará igual por un tiempo. Tu ropa colgada, tus objetos en su lugar, tus olores atrapados en las telas. Alguien entrará con cuidado, como si aún pudieras estar allí. Quizás se sienten en tu cama, quizás abracen una prenda tuya. Llorarán otra vez. Dirán tu nombre en voz baja. Pero llegará el día en que esa habitación tendrá que ordenarse, vaciarse o transformarse. No por falta de amor, sino porque el espacio también necesita seguir viviendo.
Si un día mueres, tus rutinas desaparecerán. Ya no ocuparás ese asiento, ya no responderás ese mensaje, ya no harás esa llamada. Y al principio, los demás lo notarán. Esperarán una respuesta que no llega, mirarán el teléfono con la costumbre intacta. Luego, poco a poco, esa espera se diluirá. No porque te hayan reemplazado, sino porque la mente humana aprende a adaptarse incluso a las ausencias más dolorosas.
En el trabajo o en la escuela, alguien ocupará tu lugar. No será igual. Nunca lo es. Pero el sistema está diseñado para continuar. Tu escritorio será usado por otra persona, tus tareas serán redistribuidas, tu nombre dejará de aparecer en listas nuevas. Tal vez alguien diga: “Aquí trabajaba…” o “¿te acuerdas cuando…?” Y durante un instante volverás a existir en la memoria colectiva. Luego la conversación seguirá hacia otro tema.
Tus amigos te recordarán de formas distintas. Algunos con nostalgia, otros con una sonrisa. Para algunos serás una herida que tarda en cerrar; para otros, un recuerdo cálido que aparece de vez en cuando. Habrá quien piense en ti al escuchar una canción, al pasar por un lugar que frecuentaban juntos, al contar una anécdota. Pero también habrá días en los que no piensen en ti en absoluto, y eso no será una traición. Será la vida avanzando.
Si un día mueres, las personas que te amaron aprenderán a vivir sin ti. No porque quieran, sino porque no hay otra opción. Aprenderán a reír de nuevo, aunque al principio la risa duela. Aprenderán a hacer planes donde tú ya no estás incluido. Sentirán culpa por ser felices otra vez, como si la alegría fuera una falta de respeto hacia tu memoria. Pero con el tiempo entenderán que seguir viviendo no significa dejar de amarte.
Habrá fechas difíciles. Tu cumpleaños, el aniversario de tu muerte, alguna festividad que compartían. Esos días dolerán más. Se sentirán más largos, más pesados. Tal vez alguien te escriba una carta que no leerás, o te hable en silencio esperando que, de alguna forma, escuches. Con los años, esos días seguirán existiendo, pero el dolor se transformará. Ya no será una herida abierta, sino una cicatriz sensible.
Si un día mueres, también habrá personas que apenas se enteren. Gente que te conoció poco, que escuchará la noticia y seguirá con su día. No es crueldad, es perspectiva. No todos ocupamos el mismo lugar en la vida de los demás. Y eso también es parte de la verdad de existir.
El mundo seguirá teniendo problemas. Guerras, injusticias, discusiones triviales, noticias urgentes. Tu muerte no resolverá nada ni empeorará todo. Será significativa para algunos y completamente irrelevante para otros. Así funciona la vida a gran escala. No es personal, es inmensa.
Pero si un día mueres, algo de ti permanecerá. No en el mundo entero, pero sí en pequeños espacios. En una frase que alguien repite sin darse cuenta de que era tuya. En una forma de ver la vida que influiste sin proponértelo. En un consejo que diste una vez y que alguien aún recuerda cuando lo necesita. En un gesto, en una risa, en una manera de amar.
Tus errores también permanecerán. No serás idealizado por todos. Alguien recordará una discusión, una herida, una decepción. Y eso también está bien. Morir no te convierte en perfecto. Te convierte en humano hasta el final.
Si un día mueres, el tiempo seguirá avanzando sin pedir permiso. Los niños crecerán, las ciudades cambiarán, las modas pasarán. Cosas que nunca conocerás ocurrirán. Personas que amas vivirán experiencias que no compartirán contigo. Y aunque suene cruel, el mundo no te debe la eternidad. Te dio un tiempo. Más corto o más largo, pero real.
Tal vez te preguntes si serás olvidado. La respuesta honesta es: sí, eventualmente. Tal vez no mañana, tal vez no en diez años, pero un día tu nombre dejará de ser pronunciado. No porque no hayas importado, sino porque la memoria humana es finita. Y eso no invalida tu existencia. Todo lo que existe es, por naturaleza, transitorio.
La importancia de tu vida no se mide por cuánto duró tu recuerdo, sino por cómo viviste mientras estuviste aquí. Por cómo trataste a los demás. Por cómo amaste, cómo aprendiste, cómo enfrentaste el dolor. Si un día mueres, lo único verdaderamente tuyo será lo que hiciste mientras estabas vivo.
La vida seguirá, sí. Pero no exactamente igual. Porque cada persona deja una pequeña alteración en el mundo. Una ausencia cambia dinámicas, relaciones, caminos. Quizás alguien tome una decisión distinta porque tú ya no estás. Quizás alguien valore más el tiempo porque te perdió. Quizás alguien se atreva a vivir de otra forma gracias a lo que aprendió contigo.
Si un día mueres, no estarás para verlo. Y eso es lo más extraño de todo. El mundo seguirá sin ti, pero tú no sentirás la falta. No habrá miedo, ni tristeza, ni arrepentimiento. Todo eso quedará en los vivos. Tú serás silencio. No un silencio vacío, sino completo.
Y mientras tanto, hoy sigues aquí. Respirando. Leyendo estas palabras. Con la posibilidad de amar, de cambiar, de decir lo que nunca dijiste. Pensar en cómo seguiría la vida sin ti no es un ejercicio morboso, sino un recordatorio: estás vivo ahora. Y eso es lo único que realmente importa.
Porque cuando un día mueras, la vida seguirá.
Pero hoy, todavía te pertenece..Vicki Mia Forio
Victoria Mia Forio (Dolores, Provincia de Buenos Aires).

“Seguir viviendo no significa dejar de amarte”